Libro de cuentos publicado por Editorial Ágata.
28 cuentos relacionados con la luna,
mujeres míticas y leyendas en la línea de lo real maravilloso.
Cuento: SOLEDAD O LA MUJER DE LOS OJOS DE ESPEJO
Sus ojos eran dos espejos, dos lagos llenos de luna. Grandes, enormes ojos negros, de un negro tan negro que plateaba. En ellos se miraba aquél que se atrevía a hacerlo. LLegó al pueblo con los vientos de marzo, Dios sabe de que rumbos, y habitó la casa de las tejas rotas por el rumbo de la Tizapa. Todo fue mirarla y los murmullos se soltaron como agua de arroyo crecido. Cuando en las mañanas atravesaba el caserío por las calles empedradas del pueblo rumbo a la toma de agua, una a una se cerraban las ventanas y portones a su paso, sonreía el silencio y sólo se escuchaba el ruido alegre del agua al llenar el cántaro. Una mañana se alejó la mujer de los ojos de espejo, y todos salieron a mirar su partida. Y miraban su espalda, solamente su espalda, alejarse por el camino del río. Al llegar a la encina, próxima ya a doblar el recodo, ella volvió su cabeza y sobre su hombro los miró. En sus ojos negros, tan negros que plateaban, se reflejó todo un pueblo desnudo. Aterrorizados huyeron -parvada de zanates- hacia todas direcciones. Nadie mencionó jamás que por el pueblo - sin reflejo - hubiese pasado algún día la mujer de los ojos de espejo.
Cuento: LA QUIMERA O CANTOS DEL ABANDONADO
La sirena se embarcó en un buque de madera...Nadie sospechó que iba a bordo, se embarcó sin permiso, oculta mientras levamos ancla y soltamos amarras. Nos dimos cuenta cuando, tardeando ya, íbamos a medio mar, ella cantaba trepada en el mástil más alto de barco, rodeada de albatros. A los marinos nos volvía locos su canto retando tempestades. Nos mirábamos unos a otros con los ojos pelones; habíamos oìdo muchas historias de quimeras pero nunca pensamos en toparnos con una, y menos en nuestro propio bote. Se le enredaban los vientos en la cabellera, ella se reía muy fuerte, tanto que el huracán de plano no resistió el reto y le contestó con tal fuerza que todos pensamos: ¡nos va a volcar la embarcación!. Mirábamos hacia la tierra buscando un punto seguro, ella miraba al mar, ese era su puerto. El faro a la distancia la acariciaba con su luz, parecìa gigante de un solo ojo, enamorado, jugando con ella.
Como el viento le faltó no pudo salir a tierra...Uno a uno los marinos fuimos perdiendo el juicio. Contado por los viejos en el puerto, yo había oído que un tal Eliseo se había salvado de los malos cantos tapándose los oídos con cera de campeche, como no era cosa de arriesgar, siempre cargaba mi cajita 666 con cera en la camisa. Rápido me puse en los oídos, pero creo que no me sirvió, porque yo seguía oyendo sus carcajadas cada vez más fuertes según arreciaban las embestidas de las olas.
A medio mar se quedó cantando la petenera...Cuando más picado estaba el mar y se alzaban ondas hasta de quince metros, ella se tiró desde lo alto del mástil, la vimos hundirse entre la espuma. Pasaron unos minutos, entonces la dimos por muerta . Ojalá que yo pudiera cuando menos entonar una tonada, sirena sobre las olas del mar... El mar empezó a calmarse y a nosotros nos volvió poco a poco el alma al cuerpo. Entonces la vimos, a unos metros a babor, nos miraba y se reía despidiéndose. No podìamos apartar la vista de ella y de pronto se hundió en el agua. Lo último que vimos fue el chapoteo de una verdeazul cola de pescado. Estando yo recostando en los riscos de la arena oí la voz de un pescador que le dijo a una morena: ¡que trabajos he pasado por amar a una sirena! Yo digo que a mí la cera campechana no me sirvió, porque de esto que les cuento hace ya muchos años y todavía ahora, cuando soplan los nortes, se me va la razón, y vengo a recostarme en los riscos a observar el mar, a ver si la miro salir, pero nunca la he vuelto a ver, nomás oigo su risa, confundida con los gritos de las gaviotas...